Las emociones hacen que percibamos nuestro alrededor de una forma u otra. Tanto es así que dependiendo de cómo las percibamos podemos tener una reacción diferente ante la misma situación. Es por ello que esencial comprenderlas y saber gestionarlas para nuestro bienestar mental.
¿Qué es la inteligencia emocional?
Hoy día la inteligencia emocional se trata de un concepto muy extendido, incorporado a la realidad psicológica y la práctica terapéutica como manera de entender y aceptar la diversidad de emociones que experimentamos a lo largo de nuestra vida, pero hace más de veinticinco años no se sabía mucho sobre inteligencia emocional.
La definición de inteligencia emocional más compartida es la que establecieron en 2007 los primeros que acuñaron el término, Mayer y Sakivey, de los que hablaremos a continuación, para los que sería «la habilidad para manejar los sentimientos y las emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones» . Es decir, en palabras de Danvila y Sastre, «la capacidad de percibir, valorar y expresar emociones, propias y ajenas».
A lo largo de todos estos años la inteligencia emocional se ha convertido en un término necesario para alcanzar el crecimiento personal gracias a dos aspectos bien diferenciados: la capacidad para reconocer y controlar nuestras propias emociones y la capacidad para identificar y aceptar las emociones de los demás.
De este modo, la inteligencia emocional no solo está asociada a alteraciones del ánimo, usando la definición académica, que experimentamos, sino a aspectos tan importantes como la solidaridad, la asertividad, las habilidades sociales y la propia empatía hacia los problemas de los demás.
Origen de la inteligencia emocional
El término como tal lo encontramos cinco años antes de que Daniel Goleman lo diera a conocer al gran público, gracias a los investigadores P. Salovey y J. D. Mayer, quienes en un artículo publicado en 1990 en Imagination, Cognition, and Personality, que llevaba por título «Emotional intelligence», la definieron como «la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno/a mismo/a y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propios».
Pero es menester retrotraerse más en el tiempo para comprender el porqué del concepto y su importancia. A principios del siglo XX investigadores de la talla de Galton, Catell y Binet ya hablaban de características o rasgos intelectuales que diferían entre las personas. Para algunos de ellos, entre dichos rasgos, además de la inteligencia, que consideraban algo innato, se incluían los valores morales y el propio juicio, que Binet entendía como «el órgano fundamental de la inteligencia».
Hemos de esperar a la década de los años veinte para encontrar distintos tipos de inteligencia. Thorndike afirmaba que los individuos poseían tres tipos o clases de inteligencia, a saber: la inteligencia abstracta, la inteligencia mecánica y la inteligencia social. Es esta última, la inteligencia social, la que prestaba atención a la habilidad de las personas para comprender a los demás y relacionarse con ellos (Morelo, Saiz, Esteban, 1998: 15).
En ese momento, los modelos psicológicos vinculaban la inteligencia con la capacidad para aprender y los investigadores se afanaban por definir índices que midieran esa inteligencia en niños y adultos. La mayoría de estos test empleaban asociaciones entre estímulos y respuestas. Es decir, los índices medían los tipos de respuestas que los individuos ofrecían a determinados estímulos (Morelo, Saiz, Esteban, 1998: 21).
La década de los años cuarenta y las nuevas corrientes en el ámbito de la psicología, con la creación de diversas escuelas y los modos de entender el comportamiento humano, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, suponen un cambio a la hora de entender la inteligencia, como pone de manifiesto David Wechsler, uno de los primeros en afirmar la existencia de rasgos no intelectivos en el desarrollo personal. Por tanto, para este autor, hasta que no se definieran adecuadamente esos rasgos, no se podía hablar de un índice de inteligencia completo, pues ellos también configuraban el comportamiento humano.
Pero, sin duda, entre los pioneros del nuevo concepto de inteligencia y, de este modo, de inteligencia emocional, hemos de nombrar a Howard Gardner, cuya obra, Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica, cambió la manera de entender la inteligencia. Gardner fue el primero en afirmar que el intelecto era plural y variado y que cada persona cuenta con capacidades o habilidades que pueden definir su inteligencia, pues se entienden como tal y son igual de importantes que las que definen los test de inteligencia convencionales.
Este nuevo concepto de inteligencia, entendida como habilidad emocional, allana el camino para que años más tarde Mayer y Salovey acuñen el término de inteligencia emocional, al que se unirá poco después el de coeficiente emocional, definido por Goleman. Fue este, con su obra Emotional intelligence, publicada en 1995, el que extendió el concepto de inteligencia emocional no solo en el ámbito de la psicología, sino aplicado a otras disciplinas de la vida; entendido como «la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones».
En la actualidad la inteligencia emocional se ha demostrado como indispensable para el desarrollo personal, pero también para el crecimiento profesional y las relaciones humanas.
Tipos de inteligencia emocional
Podemos hablar de tipos de inteligencia diferente, en función de si empleamos la categorización de Mayer y Salovey o la de Goleman. Mayer y Salovey partieron de la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner (1983) para incluir la expresión y la regulación emocional y su aplicación para resolver problemas. De este modo, para ellos, la inteligencia no era solo una evaluación del componente verbal, sino también de las propias emociones.
A tenor de ello, sostienen cinco tipos de inteligencia, identificadas en función del área en el que tengan cabida (Morelo, Saiz, Esteban, 1998: 26):
- Conocer las propias emociones: Identificar las alteraciones de nuestro estado de ánimo es indispensable para controlar nuestra vida. Está asociado al autoconocimiento.
- Manejar las emociones individuales: tener la habilidad para controlar y regular dichas alteraciones nos permite no caer en estados como la tristeza, la ansiedad, la ira. Está relacionado con el autocontrol.
- Motivarse a uno mismo: Esto es, la capacidad para ordenar las emociones y centrarlas en un único objetivo para alcanzar nuestra meta. Se vincula con la automotivación.
- Reconocer las emociones en los demás: Ello supone la habilidad para identificar los cambios anímicos de los demás y empatizar con ellos. Está estrechamente relacionado con la autoconciencia de los otros.
- Relacionarse con los demás: Esto es, la capacidad para establecer vínculos con otras personas, interactuar y manejar sus emociones.
Goleman reduce estos cinco tipos en dos, según hablemos del individuo o de la persona social:
- Inteligencia intrapersonal: Esta incluye la habilidad que tenemos para identificar nuestras emociones y las fortalezas y debilidades que nos definen como personas, así como la capacidad para controlar los impulsos derivados de las alteraciones emocionales y la insistencia en perseguir nuestro objetivo en la vida (automotivación).
- Inteligencia interpersonal: Goleman habla de conceptos como las habilidades sociales para interactuar con los demás y para reconocer sus necesidades, sus emociones e identificarnos con sus problemas (empatía).
Inteligencia emocional en niños
Autores como Payne defendían en los años ochenta la necesidad de que en las escuelas se enseñaran respuestas emocionales a los problemas a los que se enfrentan los menores para evitar caer en la ignorancia emocional, que puede conducir a problemas de acoso, abandono escolar, machismo y violencia de género, dificultad para el aprendizaje, etc.
Trabajar la inteligencia emocional en la escuela permite que los niños adquieran mayor confianza y seguridad en sí mismos y en relación con los demás, un aspecto fundamental que se va «forjando en los primeros años de vida». Pero hay más, pues aprender a reconocer y gestionar emociones propias y ajenas en la infancia influye en la «calidad de las relaciones interpersonales. Las personas emocionalmente inteligentes, además de dominar la destreza de percibir, comprender y manejar sus propias emociones, también son más capaces de extrapolar sus habilidades de percepción, comprensión y manejo a las emociones de los demás».
Por tanto, hablar de inteligencia emocional en niños es hablar de educar para que estos desarrollen habilidades que les permitan adaptarse a los nuevos cambios, tener seguridad y una autoestima sana, sentir empatía por los problemas de los demás y ser capaces de superar los obstáculos que se presenten en el camino gracias a actitudes como la resiliencia.
Inteligencia emocional en adolescentes
Cultivar la inteligencia emocional durante la adolescencia ayuda a crecer como persona y evita la frustración y otros problemas que acosan a los menores durante esta etapa tan conflictiva en la que tienen que hacer frente a numerosos cambios. Los estudios llevados a cabo por distintos investigadores señalan la importancia de trabajar la inteligencia emocional también en los institutos para conseguir adolescentes plenos, felices y responsables socialmente.
En este sentido, Extremera y Fernández-Berrocal afirman que gracias a la inteligencia emocional se consigue favorecer el ejercicio físico y mejorar la salud mental, así como se evita comportamientos como el consumo de drogas y la conducta agresiva. Fomenta las relaciones interpersonales y se deja notar en el rendimiento académico, que se incrementa. Estos autores sostienen que «los adolescentes emocionalmente inteligentes tienen mejor salud física y psicológica y saben gestionar mejor sus problemas emocionales.
En concreto, los estudios realizados informan de un menor número de síntomas físicos, menos niveles de ansiedad, depresión, ideación e intento de suicidio, somatización, atipicidad y estrés social, y una mayor utilización de estrategias de afrontamiento positivo para solucionar problemas. Los adolescentes con baja IE poseen peores habilidades interpersonales y sociales, lo que puede generar el desarrollo de conductas de riesgo.
Inteligencia emocional en adultos
También los adultos se benefician de la inteligencia emocional, pues hace posible disponer de herramientas para afrontar problemas y obstáculos que surjan en la edad adulta y adaptarse a nuevas situaciones derivadas de cambios físicos y cognitivos.
A día de hoy, donde vivimos sumidos en el estrés, las prisas y las responsabilidades, disponer de recursos que nos ayuden a reconocer nuestras emociones para regularlas, y comprender las de los demás, hacen posible minimizar el riesgo de padecer trastornos tales como la ansiedad, la depresión o la crisis existencial.
También en la vejez, como señalan López-Pérez, Fernández-Pinto y Márquez-González, unas emociones sanas ayudan a mejorar la autoestima, tocada ante procesos evolutivos asociados al ciclo vital adulto, al envejecimiento y al deterioro cognitivo propio de la tercera edad. A la larga, además de presumir de unas buenas relaciones interpersonales, las personas que han fomentado la inteligencia emocional pueden disfrutar de bienestar emocional, lo que significa mayor calidad de vida.
Inteligencia emocional en la empresa
En la actualidad la inteligencia emocional forma parte de las competencias que definen el rendimiento profesional, como apuntan Danvila y Sastre, junto con la competencia en inteligencia cognitiva y en inteligencia social.
De hecho, como recogen estos autores, en el ámbito empresarial la inteligencia emocional equivaldría a las habilidades intrapersonales de los individuos (esto es, la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas, de aceptar los cambios, de aprender) y la inteligencia social se interpretaría como la habilidad interpersonal (es decir, la facilidad de relacionarse con los demás).
Entendida así, la habilidad intrapersonal está asociada al rendimiento y la interpersonal, a las habilidades sociales. Dos caras de la misma moneda, pues ambos aspectos formarían parte de un concepto amplio de inteligencia emocional que va más allá de la cuestión meramente profesional, aunque sus consecuencias se dejen notar en este ámbito.
¿Para qué sirve la inteligencia emocional?
La inteligencia emocional sirve para conocerse a uno mismo, saber qué nos ocurre, por qué sentimos lo que sentimos en determinados momentos y cómo regular estos cambios cuando devienen en negativos y perjudiciales. Ayuda a enfrentarnos a la realidad, a superar nuevos retos, a adaptarnos a los cambios, a no rendirnos…
Por extensión, hace posible que nos relacionemos con los demás de manera sana, que comprendamos sus necesidades, sus problemas, simpaticemos con ellos y empaticemos con su causa.
¿Cómo trabajar la inteligencia emocional?
Dependiendo de que seamos adultos o queramos trabajar con niños, lo ideal es definir unas pautas para que podamos sacar partida de este recurso intelectual tan valioso para la sociedad y para nosotros como individuos. Educar con inteligencia emocional ayuda a tener adultos responsables con los sentimientos y necesidades de los demás, emocionalmente saludables y libres.
Actividades para desarrollar la inteligencia emocional
Como ya hemos señalado, las actividades deberán adaptarse a la edad de las personas. No es lo mismo trabajar la inteligencia emocional con niños y adolescentes que con personas mayores.
En el caso de los niños, lo aconsejable es hacerlo por medio de juegos, obras de teatro, música, mímica o con cuentos que enseñen el poder de las emociones y ayuden a cultivar las habilidades sociales con los adultos y con sus semejantes. Siempre atendiendo a la psicología y la disciplina positiva, con ejemplos de inteligencia emocional.
Con los adolescentes hay que prestar atención la metodología. Por ello, es recomendable diseñar actividades que ayuden a reconocer emociones, a expresarlas, a identificar qué las produce y a controlarlas, que trabaje para eliminar prejuicios y que destaque la importancia que tienen los actos y las consecuencias cobre uno mismo y los demás.
También habrá que destacar el papel de la empatía y la solidaridad, la importancia de saber escuchar y tratar a los demás con educación y amabilidad. Además, los ejercicios de inteligencia emocional tendrán que hacer hincapié dotar a los alumnos de recursos que ayuden a resolver conflictos desde el respeto.
En cuanto a los adultos, disponemos de varias herramientas para mejorar nuestra inteligencia emocional. Desde libros y manuales para practicar en casa hasta terapia profesional o coaching con profesionales especializados en crecimiento personal e inteligencia emocional.
¿Cómo aplicar la inteligencia emocional?
Podemos aplicarla a nuestra vida diaria con ejercicios sencillos y eficaces. En primer lugar, hay que detectar qué nos pasa, tratar de identificar qué sentimos, cómo es nuestro ánimo, y qué ha provocado que se altere o cambie. Por supuesto, nada de juzgar lo que sentimos o nuestro estado. No sirve de nada luchar contra las emociones, esconderlas o rechazarlas; tampoco enfadarnos por lo que sentimos. Lo mejor es aceptarlas y asumir que forman parte de nuestra vida.
Escrito por
Wellme.es
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Bibliografía del artículo
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- Extremera Pacheco, N., Fernández-Berrocal, P. (2013): «Inteligencia emocional en adolescentes», Revista Padres y Maestros, nº 352, 34-39.
- Leal Leal, A. (2011): «La inteligencia emocional», Innovación y Experiencias Educativas, nº 39, 1-12.
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